Salí de Seoul, en Corea del Sur, muy a las 2pm. Atravesé en tren el país, de norte a sur, para llegar a la segunda ciudad más grande de Seoul y puerto marítimo internacional, Busan. Mi destino era Japón.

Hay barcos lindos que en el día te llevan en 3 horas a Fukuoka, de tipo Hydrofoil. Son cómodos, muy veloces y casi que vuelan sobre el agua.

Yo no abordé uno de esos.

Mi barco era de los nocturnos. Ferrys de carga con dos cubiertas de “pasajeros“. Dormí en el piso en un espacio de 5m x 5m junto con 10 personas más. En futones delgados con una almohada cuadrada que parecía hecha de madera y forrada en cuero. Por 13 horas.

Barco de Busan a Fukuoka

Pero llegas a Japón y sonríes. Inmigración son dos japonesas lindas que se impresionan de lo lejos que vienes. En Aduanas te preguntan de qué vives y se impactan que se pueda “vivir del internet“. Llegué a Fukuoka y al país de la cultura más extraña y cívica del mundo.

De ahí en tren bala, usando un JR Rail Pass, corrí a Nagasaki a ver el museo de la bomba atómica. La tumba/mausoleo más impactante que he visto. Pilares gigantes de luz con un diseño que parece hecho por el MoMA de New York.

De ahí a Kyoto. Una ciudad donde ver geishas por la calle es normal. Donde en las esquinas ves gente en kimono al lado de colegialas en minifalda y hombres con peinados imposibles y pelos de muchos colores.

En Japón todo es obscenamente caro. Un ramen de cebolla con bambú en una tiendita pequeña y sucia vale 12 dolares, pero te lo hace en tu cara un chef que toda su vida se ha entrenado en el arte de crear el mejor sabor de ramen. Y a la salida, una japonesa llamada Natsumi, que comía a tu lado, te dice que tu japones inmundo es bueno y te indica cómo regresar a tu hotel, aunque estés muy perdido.

Ramen barato en Kyoto: 12 dólares en el 2010

En Kyoto duermo en una casa tradicional japonesa, convertida en hostal. Gojo Guesthouse Annex. Es una casa japonesa con doble puerta de madera delgada, pero un gran cerrojo de alta tecnología con clave, protegiendo esa puerta de débil madera. No hay camas, sólo tatamis, puertas corredizas sin llave y futones.

El futón del barco de Busan a Fukuoka fue una de mis peores noches, pero el futón de Kyoto es diferente. No sólo es la calidad. No sólo es el tatami. No sólo es tener un jardín zen frente a mi al despertar. Hay algo en Japón que, no importa que viole tu cuenta bancaria, te inspira a vivirla más.


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