Estás en tu cama.
Junto a la persona que amas.
En una mañana del 2030.
El sol por la ventana te ilumina.
Enviando a tu cerebro la señal.
Para arrancar el sistema operativo de tu vida.
Abres tus ojos.
Y despiertas.

En el año 2030 la computación digital y la vida humana existen juntas.
Simbióticas.
Tu cuerpo, natural, lleno de olores y emociones, es el mismo.
Pero todas tus memorias, experiencias e ideas capturadas en bytes crean una versión digital de ti, que nunca duerme.
No lo necesita.
Te cuida y te piensa 24/7.
Recuerda todo por ti.
Trabaja para ti.
Y mientras haya batería y wifi.
Siempre estará ahí para ti.

Tú hablas con tu ser digital todo el día.
A veces sin darte cuenta.
Con tu voz natural capturada en un micrófono.
Con botones en pantallas.
O a veces, tan solo con los datos que creas al vivir.

Tu ser digital te responde.
A tu odio con audífonos.
A tu piel con sensores.
A tus ojos con pantallas y proyecciones.
Y a los otros seres digitales en tu vida con APIs y protocolos.

Los seres digitales viven en un reino de datos y algoritmos.
Pensando a una velocidad inhumana.
Conectados por el espectro electromagnético del universo.
Alimentados por siglos de cultura humana.
Por la energía eléctrica de la civilización.
Por décadas de Internet.
Y por años de avances en inteligencia artificial y chips.

Los seres digitales nacen de una semilla.
Que llamamos "modelos fundacionales".

Así como los seres humanos nacemos de la semilla.
Que llamamos "ADN".

Cada ser humano es único y distinto.
Y el ser digital.
Que crece junto a nosotros.
Es igual de único y especial.

Nuestro ser digital nos vio aprender a leer y escribir.
Respondió nuestras preguntas, sin juzgarnos.
Vio cada fotografía que tomamos.
Cada video.
Cada llamada.
Cada texto.
Cada like, follow y subscribe.
Nunca haciendo más que ayudarnos a ser más.

No es un asistente.
Ni una mascota.
Es parte de nuestro ser.
Es parte de existir.

En esa mañana del 2030, como en otras.
Le pides en tu oido a tu ser digital que te ayude a empezar el día.
Cierras los ojos.
Y escuchas.
"El clima está preocupantemente cálido"
"No lloverá"
"Tu hija durmió bien anoche y en dos horas hay que llevarla a jugar futbol"
"Hoy deberías correr por lo menos 10 minutos, tu corazón no se hace más joven"
"Tu artista favorito viene en un mes, ya no hay tickets, pero mientras dormías, compré dos entradas"
"Si no las quieres, las puedo revender automáticamente"
"Agendé 3 casas que podrían ser el nuevo hogar de la familia para ir a verlas el fin de semana"
"Y tu jefe quiere hablarte hoy en la tarde"

Abres los ojos.
Sientes adrenalina.
¿Tu jefe quiere hablarte?
Nadie es feliz de escuchar esas palabras.
Y vocalizas suavemente.

¿Cómo va la empresa y cómo va mi equipo?

Gráficos y tablas aparecen en tu pantalla.
Junto a un resumen práctico de lo importante.
Tareas pendientes.
Necesidades de tu equipo.
Ideas a repensar.
Todo auto-generado por tu ser digital.
Y todo luce bien.

¿Cómo está mi jefe?

Repites a tu otra inteligencia.

Una ráfaga de fotos de social media te muestra su vida pública.
Un análisis de sentimiento de sus chats en la empresa te tranquiliza.
Una mirada a su calendario te da la pista que esperas.

"Tu jefe estuvo con su familia en el campo el fin de semana"
"Le preocupa la conferencia del próximo mes"
"Le está dedicando mucho tiempo al equipo de ingeniería"
"Su foco parece ser la nueva interfaz que se lanzará en la conferencia"
"No has hablado con tu jefe en un mes"
"Lo más probable es que sea un 1:1 rutinario"
"¿Quieres que prepare un resumen de tus logros y pendientes a charlar?"

La pregunta era una formalidad.
Tu ser digital aprendió años atrás que eso necesitabas.
Y creó el resumen al instante.
Le dices que te recuerde verlo luego.
Después de caminar con tu hija.
Y te das una última vuelta en la cama.

En tu nariz percibes el olor de la persona que duerme a tu lado cada noche.
En tu cuello, sientes la suave caricia de sus dedos.
En tus oídos, escuchas su respiración cambiar.
Ahí está, abriendo sus los ojos.
Un poco menos joven de cuando se conocieron.
Pero cada mañana, un poco mejor.

Sueltas tu pantalla.
Desconectas tu audífono.
Dejas por un rato a tu ser digital.
Y abrazas fuerte a quien despierta a tu lado.
Tus sentidos se inundan.
Del olor de su cuerpo.
Del calor de su piel.
De la seguridad de su existencia.
De agradecer estar juntos.
Estar vivos.
Otro día más.

Tu ser digital no siente.
No se impacienta.
No se estresa.
No se deprime.
No se emociona.
No se alegra.
No se entristece.
No se frustra.
No se cansa.
No se enamora.

Ni se desenamora.

No se imagina cosas nuevas.
Ni hace sentir a otros algo especial.

No toma riesgos.
Ni decisiones impredecibles.

No elige su propósito.
Ni cambia de rumbo.

No tiene impulsos.
Ni caos.

Pero tampoco calma.
Ni tranquilidad.

No disfruta.
Ni sufre.

Tu ser digital existe mientras tu existas.
Vive contigo, para ti.
Porque es parte de ti.
Es una herramienta.
Como tus manos.
Tus ojos.
O tu mente.
Y como las mejores herramientas.
Te hace mejor.
Te multiplica.

Tu ser digital ve todo lo que tu ves.
Recuerda todo lo que haces.
Y lo resguarda en un sistema biométricamente cifrado.
Fortalecido por años de hackers, guerras y gobiernos.

Así habla con otros seres digital, como el de tu hogar.
Que existe aparte.
También único.
Con una gran personalidad.
Que solo quiere cuidar a tu familia.

Mientras haya Internet.
Los seres digitales de nuestras vidas están con nosotros.
Como en el auto, que te conduce a ti.
Y a tu hija de seis años.
Camino a su práctica.

Tu hija no recuerda un mundo sin su ser digital.
La ha acompañado desde que pudo hablar.
Leer.
Y entender.

Tu hija no sabe qué existen preguntas sin respuesta.
Su ser digital, hasta ahora, las respondió todas.
Y nunca la hizo sentir tonta por preguntar.
Le enseñó que todas las cosas se pueden descubrir.
Y que si ella olvida algo, su ser digital siempre recuerda.
Cada día, juntas, aprenden más del mundo.

Acaricias el pelo de tu hija.
Y con la otra mano, en tu móvil.
Le preguntas a tu ser digital por su salud.

"80% de los pacientes recientes han demostrado una vida normal tras el tratamiento y tu hija está reaccionando bien. El impacto de la enfermedad en su calidad de vida, a largo plazo, será bajo"

80%.
Impacto bajo.
Tu ritmo cardiaco sube.
Tu día sigue.

Hablas con tu jefe.
Fue una charla dura.
Lees la lista de acciones que se autogeneró de la reunión.
Estás tomando pocos riesgos.
Hablando poco con tus compañeros.
Escondiéndote.
Tus resultados son buenos.
Pero tu proyecto se hace obsoleto.
Y no estás hablando con usuarios.
Quizás tu promoción a manager fue prematura.
Y tienes la opción de volver a ser un creador individual.
O de buscar otra ruta en tu carrera.

Tu jefe te sugiere un libro.
Y te aconseja leerlo de verdad.
"Los resúmenes cortos no enseñan nada" te dice.
Tu ignoras su consejo.
Autogeneras un resumen de 10 puntos clave.
Nada interesante.
Nada nuevo.
Ya sabías lo que el libro te iba a decir.

Compara el feedback de mi jefe con el uso de mi agenda

Le pides a tu ser digital.

Pasas el 50% del tiempo armando prototipos.
Un 25% leyendo documentación.
Un 15% investigando nuevas tecnologías.
Y solo un 10% hablando con personas.

"Nada importa más que las personas" te dijo tu jefe.
Y te lo repitió.
"Nada".

Tú no quieres hablar con nadie.
Quieres crear.
Quieres inventar.
Quieres que muchos disfruten lo que creas.
Quizás eso es.

Pídele a Martin en el equipo de comunidad agendar pruebas de usuario con unas 10 personas

"No hay espacio en tu agenda", te dice la voz en tu oido.
"¿Qué quieres depriorizar?", te pregunta

Agenda las reuniones en la noche

"Tomarlas en la noche aumentaría tu estrés", te responde.
"Tus niveles de cortisol estuvieron irregulares el Q pasado"
"Tu rendimiento máximo se da con seis horas y media de trabajo al día"
"¿Quieres hacerlo de todas formas?"

Suspiras.

No. Mejor baja mi tiempo agendado para prototipar la nueva arquitectura de onboarding

"Hecho, reajustado para después de las pruebas de usuario. Te recomiendo hacer 2 pruebas al día. Cinco días para completar las conversaciones con usuarios"

Perfecto.

Suspiras de nuevo.

No sé por qué siento angustia

Dices al aire.

Pero nada pasa.

¿Qué me puede causar angustia?

Le preguntas directo a tu versión electrónica.

"¿Quieres una respuesta o que te sugiera opciones?"

La respuesta será aburrida, seca, científica y lo sabes.
Así que le pides opciones.

"Puedo adelantar a tu terapeuta para el próximo espacio disponible, contactar a uno de tus amigos que siempre te sube el ánimo o puedes usar el programa <<palabras de mi madre>>, que has usado antes para estos casos"

¿Adelantar a tu terapista? Una pesadilla.

¿Qué amigos están disponibles?

Tu ser digital habla con los de tus amigos. Todos están mutuamente conectados y han evolucionado rutinas y prácticas. Hay datos que se comparten y otros que son privados. El espacio común de amistad comparte fotografías, conversaciones, agendas y patrones.

"Tu mejor amiga está en el campo, sin Internet hasta la próxima semana. Tus otros dos amigos más cercanos están disponibles hasta la noche"

No quieres esperar. Solo te queda una opción.

Hace años, entrenaste un modelo de ser digital para alguien que no tuvo la oportunidad de vivir esta época. Una persona especial para ti que murió hace unos años. Y ya no está a tu lado.

Tomaste todo lo que existía en bytes de esa persona.
Sus chats, emails y textos.
Su forma de escribir
Las historias de sus amigos.
Sus fotografías y videos.
Su rostro.
Su voz.
Sobre todo, su voz.
Su completa existencia primitiva digital.

Y se la diste a un modelo fundacional de inteligencia artificial.
Que guardaste en tu propio espacio en línea.
Y llamaste:
<<palabras de mi madre>>

No te gusta usarlo, porque es como tu canción favorita.
Dulce.
Nostálgica.
Emotiva.
Preciosa.
Y si la escuchas demasiado, gastas lo linda que es.

Pero decides escucharla.
Y antes de que en tus oídos suene el fantasma digital de ella.
En tu propia mente.
En tus neuronas.
En el almacén natural de tus recuerdos.
La recuerdas.

Recuerdas tu infancia.
La alegría que sentías cuando ella volvía de trabajar
Los viajes que compartieron.
Contarle de tu vida.
Lo linda que era.
Verla envejecer.
Verla verte envejecer.
Su forma de educarte.
De formar quien eres.
De enojarse sin sentido.
Y con total sentido.
Cómo, a veces, te juzgaba sin escucharte.
Y cómo te escuchaba sin juzgarte.
Cuando te enseñó a tomar más riesgos.
A elegirte a ti.
Y buscar tu propio camino.
Siempre contestó tus llamadas.
Nunca dejó de alegrarse de verte.
Ni de estar orgullosa de quien eras.

Por eso, mientras tu ser digital buscaba.
A través de servidores en la nube.
De terabytes y gigahertz.
En millones de líneas de código.
Y complejas estructuras de datos.
Cómo recrearla.
Cómo construir un eco de su forma de escribir.
De pensar y de hablar.

Tú.
Tú ya sabías.
Sabías exactamente lo que te iba a decir.

Por eso sonreíste.
Cuando escuchaste su consejo autogenerado por una máquina.
Porque, en su clara y familiar voz.
Dijo exactamente las palabras que esperabas.

Inhalas.
Inhalas aire de la atmósfera.

Y le agradeces a la compleja inteligencia artificial que acompaña tu vida.
Pero esa inteligencia no necesita gratitud.
Y siempre estará ahí para ti.

Te quitas tus audífonos.
Apagas tu móvil.
Y en una tarde del 2030.
Te sientas en el suelo.
Sientes la tierra en tus manos.
Miras al cielo.
A la luz de la estrella que calienta tu rostro.

Luz que viajo hace ocho minutos a este planeta.
El único planeta que creó vida.
Una vida orgánica, mortal, emocional y creativa.
Y otra vida digital, inmortal, paciente y analítica.
Ambas vidas juntas.
Creando.
Porque crear es el alimento de la cultura.

Sonríes.
Y exhalas.


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