En mi primer viaje en avión tenía ocho años. Juré que moriría y le di mi testamento a una cámara de seguridad del aeropuerto. Fue a una isla increíble donde se hablaba español, francés, inglés y hebreo. En un hotel donde la comida era ilimitada, los postres no se acababan y (esto no lo sabía de niño) el licor y los cocteles eran infinitos y “todo incluido“.

A mis 8 años, creí que nunca volvería a vivir la experiencia.


San Andrés es una de las joyas poco mencionadas de Colombia. Bogotá es el destino #1 de turismo (¿Por qué, oh, por qué?), seguido de Cartagena y Medellín. Sí, castillos y ciudad amurallada. Sí, cultura y gente mágica y cálida. Pero San Andrés es la ejecución literal de lo que imaginamos como “isla paradisiaca“.

Una isla poco poblada hace menos de cien años, que apenas sobrevivía de plantar caña, fue transformada gracias a la aviación. Al día de hoy, San Andrés es una experiencia auténtica. Una isla limpia, con infraestructura internacional, pero sin los mega resorts y excesos de lugares como South Beach, Cancún o Aruba.


Las playas de la isla son magicas y casi virgenes. Al punto de que es normal encontrar gigantes conchas de mar al caminar. El agua es cristalina y tan poco afectada por la actividad humana, que tras alejarte cien metros de la playa, es posible ver cientos de peces de colores convivir con los turistas. Imposible de ver en otros mares turísticos del mundo.

Este año tuve la fortuna de ser invitado a probar el sistema de Decameron,  el hotel más prominente de la isla. Viejo, pero muy renovado. Es el típico sistema de resort todo incluido, con la excepción que se mezcla sin problemas con la naturaleza e historia de la isla. Es un sistema de varios hoteles, muy distintos en arquitectura y servicios, conectados por una manilla de membresía. Al ir se tiene acceso a todos.

En diez minutos encuentras buceo. O un paseo en un barco pirata “auténtico”. O adentrarte a la selva tipo LOST de la isla en cuatrimotos. O playas blancas sin vendedores astringentes que quieren sacarte el dinero. O una ciudad comercial increíble, porque toda la isla es “duty free” y comprar licores, perfumes y electrónica es muy barato.

Es normal ver cangrejos masivos pasar las calles y convivir con la gente (no te preocupes, son inofensivos). Es normal ver una migración de mantarrayas a cinco minutos nadando del borde de tu hotel. Es normal encontrar un increíble restaurante italiano o japonés o rastafari o francés. Con chefs de esas nacionalidades, felices de vivir en una isla escondida.


En temporada baja, desde Bogotá, con un par de meses, puedes conseguir vuelos desde US$100 con buenas aerolineas. Pero incluso en temporada baja los vuelos no son tan caros. Hoteles como Decameron también tienen precios que ningún resort del Caribe puede igualar.

Hay LTE y 4G con buena cobertura en la mayor parte de la isla. Es un momento especial enviar mails desde tu teléfono y trabajar en medio del mar, en un barco pirata, viendo a lo lejos la isla.


Lo mejor de San Andrés: A NADIE LE IMPORTA NADA TUYO. Ve gordo, flaco, topless o en saco de lana a la playa. Desayuna con margaritas y Whisky a las 10am. Almuerza tres veces. Flota todo un día en el mar. O pegate al laptop en el lobby. Haz un curso de buceo y luego juega badminton con los locales en la playa por una semana. Alquila un (barato) yate y sólo ve a la orilla por comida. Ve a las cercanas islas salvajes o quedate viendo películas. Compra todo o no.

Sé libre. A nadie le importa.

San Andrés es quizás el lugar más pacífico de este lado de la tierra. No ha sido arrasado y ultra explotado por el capitalismo turista extremo, pero tiene la infraestructura completa y cómoda para encantar personas de Europa, Medio Oriente y América.


Sería criminal no vivirlo una vez en tu vida.


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