En el último día de mis 35 años, fui a mi primer festival de música: Estéreo Picnic. En el mismo año, aprendí a amar mejor y a valorar ser yo mismo.
No somos sólo una vida, sino muchas vidas, pero no dejo de sentir que es el fin de una etapa.
Nunca aprendí a bailar salsa como el resto de mi familia, una obligación para todo colombiano. Eso me hizo disfrutar menos de la música e inhibirme a la felicidad de moverme al ritmo que me diera la gana.
Este año eso cambió. La gente maravillosa en mi vida de 35 despertaron en mí el amor por la música, el baile y el poder fantástico de una playlist compartida con personas que te importan.
Martin Garrix y Fatboy Slim, en Estéreo Picnic, cumplieron mi sueño: Bailar como si el resto del mundo no estuviera ahí.
En mis 35:
- Viví en Dallas, Texas por un rato
- Vacuné a mi familia
- Volví a viajar tras la pandemia
- Levantamos la Serie B de Platzi
- Escalé montañas
- Me lancé de un avión
- Volví a pilotear y aterricé por primera vez
- Conocí Islandia
- Perseguí una vaca
- Patrocinamos un equipo de la Liga Europea
- Cambié mi cara
- Fortalecí las relaciones más importantes de mi vida
- Cree nuevas increíbles relaciones de por vida
- Aprendí a querer más y a quererme mejor
El amor y la amistad en la adultez se vuelve más complejo y exclusivo. Aunque pierdes conexiones, las personas que siguen en tu vida se hacen más cercanas y especiales. Si lo haces bien, son relaciones donde todos dan lo mejor de sí para el otro.
En ese sentido, mis 35 fueron muy afortunados.
C. Tangana, Jungle, el entretenido desastre de The Strokes, Two Feet, Nina Kraviz y DJ Harvey me dieron un Estéreo Picnic para curar mis preocupaciones y alimentar mi alma.
Pero nada, nada se compara con entrar al pogo (mosh pit) de Turnstile.
Yo nunca había entrado al mosh pit de una banda de hardcore. Por eso me sumergí sin duda hasta llegar al frente del concierto de Turnstile y entender que, de repente, mi vida estaba en peligro.
En el centro de un mosh pit no hay angustia, ni inseguridades, ni preocupaciones. No tienes tiempo de tomar fotos, grabar videos, preocuparte por el lunes o las métricas del Q. Sólo hay rabia, furia, energía, violencia y fuerza. Hay emoción cruda al ritmo de la batería, las guitarras y la magistral dirección del vocal.
Puños vuelan, cuerpos saltan y el aire huele a sudor. Ves una transacción de droga ocurriendo en medio de la violencia del baile. Ves dos personas planeando un robo. Ves cientos de hombres y algunas mujeres saltar y golpearse de forma implacable. Y eres parte. El bajo del tambor retumba en tus huesos.
De repente entiendes: Nadie quiere morir en el mosh pit. Todos están saltando defendiéndose. Nadie ataca. Y esa es la clave. Si tú eres un poco más agresivo y un poco más ofensivo, nadie te hará daño. Como la vida misma, el lugar más seguro no es atrás o en el medio. Es adelante, en primera fila.
En Turnstile reconecté con mi instinto primal y mi capacidad de sobrevivir y prosperar. Me recordó que la confianza en mí no viene de creer, sino de intentar cosas difíciles y terminar lo que empiezo.
El último capítulo de mis 35 y el primero de mis 36 me recordó que nada es más valioso que vivir la vida con fuerza. Sin excusas. Haciendo cosas difíciles y eligiendo el camino menos transitado. Eligiendo el peligro antes de la comodidad. Porque soy un ser humano y si alguien más pudo, yo sin duda puedo.
Este año, tras una histórica pandemia, tuve la fortuna de tener personas a mi alrededor a quienes no puedo parar de agradecer por dejarme ser quien soy.
Gracias por ayudarme a ver quien soy.
Gracias por dejarme ser quien soy.
Máximo esfuerzo para estos 36 que vienen.
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Ah, y el concierto de J Balvin apestó.
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