¿Recuerdas lo que comiste ayer?
¿Hace un mes? ¿Un año?

¿Recuerdas tu primer beso? Seguro que sí.
¿Recuerdas tu último beso? Quizás.
¿Recuerdas cada beso? No.

Un día, al igual que yo, vas a morir. Y está bien. No exististe por millones de años, así que todo estará bien después de que dejes de existir por trillones de años.

En tus últimos momentos, lo único valioso en tu mente serán tus recuerdos. Tus memorias.

Pero no podemos llevarnos muchas al final.

Es como una maleta de viaje. La chiquita. No cabe más que seis días de ropa. Y ya. Te toca elegir qué memorias metes en la maleta, porque al final del viaje no vas a llegar con todo.

Vas a olvidar la ropa que tienes hoy puesta.
Y este post.
Y a la mayoría de tus compañeros de trabajo.
A amigos y a amores.

¿Cómo eliges lo qué llevas en la maleta?
Creando memorias.

¿Cómo creas memorias?
Tomando riesgos.

Robando ese beso. Lanzando esa idea. Escribiendo ese artículo. Mostrando vulnerabilidad. Saliendo de nuestra zona de confort. Creciendo. Intentando cosas distintas. Rechazando la rutina y la normalidad. Siendo inconformes. Creando. Probando.

El miedo es una invitación. Y cada juego que jugamos es opcional.

¿Y qué pasa con el riesgo real?
¿Qué pasa si el dolor daña?

El dolor nos enseña a cuidarnos. Las cicatrices nos recuerdan qué no hacer y sus consecuencias. Así evitamos resbalarnos y caernos. Aprendemos.

Pero el tiempo pasa, las cicatrices sanan y se vuelven memorias.

Cuando yo envejezca, quiero estar lleno de cicatrices como tatuajes. Evidencia de lo que viví. Me divertí. O quizás no. Pero experimenté.

Que desperdicio llegar al final con un cuerpo humano impecable, intacto, sagrado y lleno de arrepentimiento. Mientras no le hagas daño a nadie, es mejor llegar con cicatrices. E historias.

Deja de leer y sal a jugar.


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